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sábado, 2 de febrero de 2013

Lola y las ideologías






Lola y las ideologías

Casi todo el día fuera de casa hizo posible que Lola anduviera atenta a las reflexiones y debates de la televisión, que dejé encendida en la cocina por casualidad. Pobrecita, cuánto daño le he debido hacer. Claro que podría haber sido peor si hubiese dejado la tele.
El caso es que a la vuelta no me encontré a la efusiva Lola esperándome ansiosa con sus acostumbrados rabazos y esos ojos desorbitados llenos de energía que dicen: vamos, vamos, corramos por ahí, que la sangre y los músculos me piden marcha. No. Le encontré mohína, cabizbunda y meditabaja. Vaya por dios, mi perrita está mala. Mas analizado el asunto, vine a convenir que Lola no tenía enfermedad física, pero sí un empacho de tertulias televisivas de tres pares. Nada más, y nada menos.

Me siguió como un corderito hasta el sillón y se subió con desgana a su sofá, desde el cual establecimos al instante la comunicación. Y esos ojos vivos, llenos ahora de confusión me preguntaron angustiados. ¿Qué es la ideología? Al momento me despachurré en el asiento. El asunto era más grave de lo que suponía. Ella me miraba con cara de cordero degollado. Y realmente le habían degollado el cerebro y su almita (los perros tienen alma, ¿pasa algo?) estaba una vez más acongojada porque el mundo de los humanos es muy complejo. Digamos que lo complicamos todo mucho. Y nos gusta además. Y hay quien vive muy bien de ello.

Verás Lola. La vida es muy compleja. Cada uno la vive y la siente de manera diferente. Pero estamos condenados a vivir en sociedad. Los humanos no podemos vivir de otra manera. Un pueblo, una tribu, una nación… Lo que sea, pero necesitamos sentirnos juntos porque así nos va mucho mejor. Pero claro, la sociedad hay que ordenarla, hay que organizarla, o podría ser un caos que imposibilite la vida misma. No podemos ir cada uno por nuestro lado. Entonces la gente ha comprendido que hay que organizarse por ideas afines, ante la necesidad de defender aspectos fundamentales como la educación, la economía, la salud, la libertad, la seguridad… Para ello se crean grupos de personas de ideas afines y se les llama partidos. Cada partido tiene a veces cosas comunes con otros, pero a veces no. Son visiones distintas de las cosas, de cómo se organiza la sociedad, por ejemplo. Y para que esos grupos que piensan distinto de tantas cosas funcionen pacíficamente surgen unas reglas de juego. A esas reglas de juego se le llama democracia. Y a esas visiones diferentes de las cosas, de cómo deben relacionarse los individuos y conformarse la sociedad, se le llama ideología.

Jaja. Lola, al oír la palabra “juego” mueve la cola en señal de aprobación. Nota que finalmente nosotros los humanos somos un poco como la sociedad avanzada de los perritos. Siempre jugando. En fin.

Pues verás Lola. Prácticamente todas las ideologías pueden resumirse en dos, que destacan por su gran presencia en la sociedad. Las demás son desviaciones más o menos intensas de estas: la izquierda y la derecha. Y aquí viene ahora lo bueno, Lola.

Una y otra parecen como si fueran de otro planeta. Casi nunca encuentran puntos comunes. Es más, la mayor parte de las veces juegan a distanciarse, no a aunar esfuerzos. No son rivales, sino enemigos. Y a los enemigos hay que liquidarlos. Tal que así juegan a teatralizar sus actos estos dos comportamientos. Yo misma llego a pensar si el hecho de ser humanos, de vivir en un mismo país, de haber compartido una historia, de tener familias en ambos espacios ideológicos, de querer el bienestar de las gentes, de recibir la luz y el calor del mismo sol, no es suficiente motivo de encuentro. Pues no es así Lola. Hay gente empeñada en el desencuentro, en la separación, en llevarse el gato al agua. Y eso es sospechoso. Cuando alguien quiere, insistentemente, aniquilar al contrario, demonizarlo o dominarlo hasta hacerlo insignificante es que quiere imponer por fuerza sus valores a la sociedad. Mal asunto.

En general la llamada izquierda hace más hincapié en lo social. Pero… ¿qué es lo social? ¿Acaso la derecha no se ocupa de lo social? Entendemos lo social por el número de personas. El pueblo, como gusta decir a la izquierda. Como si el pueblo no fuéramos todos.

Sucede, Lola, que la izquierda no cree en el individuo, sino en la masa. O eso dice. La masa ya se sabe, no tienen cerebro. Funciona a base de instinto primario. De bilis. De estómago. Los panaderos, los alfareros y los políticos, saben mucho de masas, y de cómo se le da la forma que uno quiere. Es así. La masa es manejable, como la plastilina. Por eso se insiste en que la gente no piense en individuo, sino en masa. Hasta las matemáticas, Lola, fueron una vez “teoría de conjuntos” Jajaja. El individuo era un “elemento del conjunto”.

Pero cabe una pregunta, Lola. ¿Realmente le preocupa a la izquierda el bien de la sociedad, es decir, de los individuos que la forman? Bueno, habría mucho que hilar. No se entiende muy bien los maravillosos y antisociales retiros de altos y medios dirigentes de la izquierda, pasados y presentes, millonario algunos de ellos. No sé si han caído en el pecado de la derecha, o es que realmente les importa un bledo el socialismo y tan solo usan la marca como plataforma para sus anhelos personales. Ya se sabe que la masa responde mejor a la llamada de la selva. Y también se sabe que el poder es la droga más dura, Lola. El poder lleva al dinero, pero no siempre el dinero lleva al poder. Así es la cosa. Así que cabe pensar que el asunto social, no es más que una máscara para controlar la sociedad, perpetuarse en el poder y llenarse el bolsillo de votos, luego de poder, y luego de pasta.

Pero la izquierda montaraz tiene mala prensa en general debido a las circunstancias históricas revolucionarias. Detrás de la palabra izquierda hay muchas connotaciones no precisamente bondadosas. Con el pretexto del socialismo se han producido centenares de millones muertos, robos ingentes, atropellos sin fin y crueldades fuera de lo común. Muchísimos más que con cualquier otra ideología o religión a lo largo de la historia de la humanidad. El socialismo tiene la rara virtud de sacar lo peor de la masa, de cada individuo que la compone, haciéndolo un gigante vengador y peligroso. Ríete de las guerras donde se mataban decenas o centenares de miles de muertos. Aquí, Lolota, hablamos de millones.

El socialismo ha tenido y tiene muchas caras. Pero en todas ellas hay una voluntad por controlar al individuo, por hacerle súbdito, que no ciudadano, de unos valores impuestos. Y abarcan desde un extremo hasta el otro del abanico revolucionario. Lenin, Stalin, Hitler, eran socialistas. Jaja. Son caras de una misma moneda. Nacionalsocialismo, le llamaban, que es una versión muy peligrosa, pues a la aventurada idea de la raza superior, cuando se sabe que todos venimos de África, se aunaba la voluntad del control social mediante el socialismo Es decir, que a estos sujetos les encantaban las sociedades hormiguero. La hormiga no importa. Se puede sacrificar sin más. Es incluso un honor sacrificarse por el hormiguero. Las hormigas vulgares, claro, no las dirigentes.

Pues bien, para que la connotación revolucionaria y violenta no se note, la izquierda moderna adopta románticas imágenes (la rosa en el puño) e incluso se cambia el nombre y se llama a sí misma “progresista”. Sí, ellos se han bautizado así. Es el gran logro de la izquierda: son dueños de las palabras. Las inventan, las recrean, les dan nuevos significados y las lanzan al mercado social donde son ampliamente absorbidas incluso por la no izquierda. El gran poder de la izquierda es el lenguaje, Lola. Hoy todos hablamos como la izquierda.

Como la izquierda es excluyente por definición, todo lo que no es progresista es retrógrado, antisocial, malo por sí mismo e incapaz de bien alguno. Ellos son los paladines de la humanidad. Sus santos bienhechores. Lo que salga de la progresía es bueno. Siempre bueno. Lo mejor de lo mejor para la humanidad. Los otros son lo peor de lo peor, por tanto no hay que rozarse con ellos, no hay puntos de encuentros. No sea que se contaminen. Esto es así, Lola y además les funciona. Ya ves, Lolita, al final la humanidad se mueve por planteamientos muy simples e ingenuos. Porque otra virtud de la izquierda es conocer la condición mezquina de la humanidad y hacer negocio con ella. La propaganda la manejan como nadie.

¿Y la derecha? Ah, la derecha. Es compleja la derecha. Realmente la derecha existe porque la creó la propia izquierda. Ya sabes, los que no están conmigo están contra mí. A la izquierda le encanta ese maniqueísmo simplista. Ricos y pobres, opresores y oprimidos, amos y esclavos, explotadores y explotados, buenos y malos, izquierda y derecha. Pero claro, milagrosamente no todos funcionamos con esas simplezas.

Si acudimos a un análisis fuera de la órbita del progresismo, tenemos que la derecha respeta al individuo, entiende lo social como una suma de individuos, con libertad, autonomía, capacidad de elegir, respeta los bienes, su iniciativa individual, sea económica, cultural… La derecha, o la no izquierda, no cree en la sociedad tipo hormiguero. Cree en la sociedad del individuo, de la libertad. Piensa que el individuo tiene capacidad de solucionar sus problemas, se espabila para conseguir su bienestar. No desean la intervención del estado, ese gran controlador, el rey del hormiguero. Poco estado, mucho individuo, mucha libertad. Reglas de juego amplias. Poco control. Eso es estupendo, pero es también peligroso, porque aprovechando la ocasión hay que ver la cantidad de sinvergüenzas que campan a sus anchas. Pero ni más ni menos que en la izquierda, no creas. Los buenos y los malos están en todas partes, no son patrimonio de ningún grupo. Pero en esencia, la bandera de la izquierda es lo social, y la de la derecha es la libertad.

La derecha es muy amplia, por eso sus votantes están muy dispersos y en cada elección fluctúan de un partido a otro. En cambio la izquierda tiene controlado a un nutrido grupo de subvencionados que son el núcleo permanente de votos que siempre manejan. De ahí el empeño en las subvenciones de todo tipo a cualquier aspecto social: actores, sindicatos, cine, grupos marginales y mil etc. más. Siempre a los amigos y los amigos de los amigos. La figura del estómago agradecido es algo clásico en la historia social. Dependen de ello para vivir. La derecha no.

La derecha suele estar ausente de los problemas sociales porque no entiende de sociedad, sino de individuos. Es un error, evidentemente, porque hay muchos aspectos de la vida que competen a todos. Piensa que el sujeto está capacitado para sobrevivir y tiene las oportunidades para ello. Lo cierto es que el planteamiento es falso. En la sociedad de hoy ese planteamiento no se sostiene porque la complejidad de la vida, en estos momentos de verdadera revolución tecnológica, va dejando al margen a mucha gente incapaz de subirse al carro y sobrevivir. La derecha recia no ha necesitado universidad pública. Manda a sus hijos a universidades privadas. La derecha no necesita medicina general. Van al médico que quieren cuando quieren. La derecha piensa que si todos nos encargásemos de nuestros propios intereses, sin la mano del estado, viviríamos mejor. Dudo mucho que sea cierto.

Si bien la derecha respeta la libertad del individuo, y es la bandera que puede hondear con orgullo, tampoco la derecha es perfecta. El capitalismo no es perfecto. Es lo mejor que existe. Hoy por hoy no tiene recambio. Nada será perfecto si se respeta la condición indispensable de la libertad, pero hay que tener un control porque allá donde haya personas, Lola, hay hipocresía, envidias, egoísmo… Maldad. Las leyes, los jueces, están para ello. Para que se cumplan las normas y los abusones del patio de recreo no se coman su bocadillo y el de los demás. Pero para eso, también los jueces han de ser libres, Lola…

También la derecha presenta varias secciones. A La más recia se le antepone ya una derecha más… social, si se me permite la palabra. Aunque solo sea por la evidencia de la desigualdad de vidas, de opciones, de personalidades y caracteres, y lo difícil que es poner remedio a estas cosas ahora mismo, la derecha copia ciertas políticas sociales de la izquierda. Incluso el lenguaje. Es un rostro más moderado, más centrado. Pero la izquierda no quiere saber nada de eso, y empuja a la derecha a base de propaganda al abismo de los esclavistas, retrógrados, vampiros y demonios de los infiernos. Niega su evolución, porque no le interesa. Le va en ello su propia existencia. Recuerda que la izquierda es exclusivista.

Ya ves Lola, que el gran problema de España es que la izquierda no quiere cambiar, porque se encuentra muy cómoda. Basta con decir que viene el coco, y los niños se refugian en sus brazos.
Así que Lola, en la izquierda hay mucho de derecha retrograda, y en la derecha, hay mucho de demagogia de la izquierda. Así que Lola, Lolita, Lola, como ves todo es confuso en España. Lo cierto es que en otros países, las cosas no son tan drásticas, tan dramáticas, tan decisivas, y la alternancia de poderes se realiza con menos repugnancia, con más nobleza. Y eso es salud para todos. Eso sí que es hacer sociedad saludable.
En fin. Lola se me ha dormido. No sé en qué capítulo de estos comentarios lo hizo, pero está claro que ni le va ni le viene. Lola quiere jugar, comer, dormir… Vida de perros. Quien pudiera.




sábado, 8 de octubre de 2011

Lola y la crisis

Todos los días nos bombardean con la palabra. Crisis, crisis, crisis… Pones la tele y la ves en las caras de las gentes, la oyes en los comentarios de los periodistas, en los discursos políticos... Crisis y más crisis.
Una de estas tardes estaba yo embobada viendo y oyendo por la tele opiniones y comentarios al respecto, índices de parados, leyes frustradas, datos de precios, de seguridad social… Alarmas y más alarmas. Y pensé: y nosotros aquí esperando unas elecciones para que un gobierno comience a trabajar y poner orden en todo esto. Porque se trata de eso, de poner orden.
Somos un país desordenado, Lola. Tan malo es el exceso de orden como el desorden. Y aquí vamos siempre de un extremo a otro.
Lola me mira cuando yo hago estas reflexiones en voz alta. Sentada en su sofá favorito, la tele puesta, lee la tele a través de mis ojos, de mis gestos, de mis comentarios de tono alegre o pesimista, lee el tono de mi voz. Si es alegre mueve el rabo con esa alegría contagiosa que le caracteriza, y si mi comentario es triste, desanimado, no lo mueve, simplemente me mira con sus ojos azul glaciar y yo le advierto en la expresión una cara de interrogante. Y como tantas otras veces, en un momento aparto mis ojos del televisor para encontrarme con esos ojazos escrutadores en los que con toda facilidad puedo leer la pregunta: ¿pero… qué es la crisis?
Ay… Lola, Lolita Lola… si tú supieras…
Verás, una crisis es un momento muy difícil. Es un momento en que las cosas dejan de ir bien y comienzan a ir mal, y además parece que no tiene remedio. Es como un tren que ha roto el freno y se lanza a toda velocidad y cuesta abajo por una vía de la que hay mucho peligro de que el tren se salga, descarrile, con la consiguiente catástrofe. En el tren viajan muchas personas, y esas personas tienen familias, empresas, trabajadores, amigos… Y todos ellos a su vez están en peligro si están personas sufren. Y así una catástrofe puede multiplicar sus efectos como las fichas de un dominó. Puede ser muy pero que muy desastroso. Recuerda que todos dependemos de todos.
Tal vez sea el olvido de esa idea el principio de la crisis. Creer que podemos prescindir de los demás, y vivir la vida a nuestro antojo, ganando millones donde otros nadan para sobrevivir, comprando y vendiendo favores, estafando y engañando a todos, proclamando libertades donde no las hay, silenciando opresiones que se ven a la luz de una vela… Por lo visto es fácil crear en la gentes necesidades innecesarias, castillos en el aire. Hay gente siempre dispuesta a creer en lo más inverosímil. Eso, la incultura, y la ambición, y el egoísmo. Y las enormes ganas de eternizarse en el poder. Nos venden a todos por cuatro chavos.  Y a esto hay que añadir el egoísmo del que trabaja poco y mal, egoísmo del empresario que va a la mínima pero que desea una rentabilidad más allá de los prudente, egoísmo de los políticos que consideran que la política consiste en gastar y gastar… Políticos del estado, de las autonomías, de los pueblos… Todos se han contagiado. Y los bancos, esos que siempre se encuentran delante y detrás del dinero, verdadero dios de esta era que vivimos.
Como ves Lola, el lío es tremendo, la situación es difícil. Hay muchos elementos en juego. Eso es una crisis.
El egoísmo es un componente muy peligroso del comportamiento humano, Lola. Inventamos mucho, pero nosotros no mejoramos.
Hay mucha gente sin escrúpulos, Lola, y al mismo tiempo mucha gente con miedo. Y la reacción de esa mezcla es como la pescadilla que se muerde la cola.  Un círculo vicioso, que decimos. El miedo hace que la gente no gaste, y si no se gasta no se produce, y si no se produce la gente va a la calle, y eso produce más miedo, etc. etc.


Hubo un filósofo inglés, un tal Thomas Hobbes, que puso de moda un pensamiento esencial con el que hay que contar siempre. El pensamiento no es suyo, lo fue, como siempre, de un clásico, un tal Tito Macio Plauto, que en su obra Asinaria escribe: “el hombre es un lobo para el hombre”.
La convivencia intenta corregir ese defecto congénito de la humanidad, pero ya ves que con escaso éxito.
El egoísmo es el cáncer de la sociedad, Lola. No sabemos compaginar libertad con generosidad. De ahí que sea tan difícil salir de la crisis. Porque el egoísmo está en todas partes, anida en todos los corazones, se esconde en todas las estancias de la casa, de los pueblos, de las comunidades, del estado… Allá donde hay personas, viaja el egoísmo.
Necesitamos generosidad. Grandes dosis de generosidad. En la vida política, en la cultura, en educación, en… Todo.
¿Yo soy generosa? Me pregunta Lola con los ojos muy abiertos. Tú tampoco, Lola. Recuerda que cuando mamita pone comida a los gatos tú te lo comes. Te comes el pienso de los gatos y el tuyo, Lola. Solo que aquí, el estado soy yo, y reparto y reparto a manos llenas, sin cesar. No quiero pensar que el estado, osea yo, un día dejara de hacerlo. ¿Qué sería de vosotros? Tendríais una crisis. Una grave crisis.
De la crisis Lola, solo se sale con educación, generosidad y cultura. Pero estos elementos hace tiempo que también están en crisis. Porque la crisis, Lola, viene de largo.
Sin ser Tito Macio Plauto, el abuelo de un amigo le decía: “en este mundo jodío, cada uno va a su avío”. No queda fino, pero está clavado.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Lola y la libertad



En las tardes en que el verano quiere alejarse de nosotros perezosamente, y el otoño no acaba de decidirse a entrar, aprovecho para salir al jardín y regar y quitar malas hierbas, provista de una pequeña azada.
En esas tardes, Lola aprovecha mi quehacer para arrimarse a la valla del jardín y cultivar uno de sus pasatiempos favoritos: ladrar perritos. Entre los perros vecinos y ella se establece una comunicación a base de ladridos. De vez en cuando les miro, y me sonrío a mí misma, porque realmente es como si hablaran de algo. Se apasionan, a veces se desatan acaloradamente, otras gruñen, otras callan en un silencio extraño, roto luego con ladridos aún más insistentes. ¿Serán unos del Barcelona y otros del Madrid? Jaja. Aquella tarde fue así.

Llevaban un buen rato en estas “conversaciones” mientras yo me afanaba en arrancar las hierbas y hacer surcos para que el agua corriera por donde yo quería cuando veo a Lola correr desesperada hacia mí. La insistencia de los ladridos de algún perro lejano la acompañaba en su carrera, y su cara, con los ojos muy abiertos, me alarmó. Algo le pasa a mi perrita. De pronto, nerviosa, jadeante, con la cola dando mandobles desesperados a diestro y siniestro se me plantó delante y, mirándome fijamente me fusiló con esta pregunta: ¿Yo soy libre?

Dioses del Olimpo, socorredme. De eso iba aquella desesperada conversación de perritos esta tarde. Tragué saliva mientras mi cabeza daba vueltas a toda velocidad en busca de palabras que dieran respuesta a semejante consulta. En el silencio, Lola se sentó, sin dejar de mover la cola. La vi tan desamparada, tan desorientada en su interior que quise calmarla primero, antes que nada. Me arrodillé en el suelo terroso, tendí mis brazos a ella y Lola se me acercó, necesitada como estaba de consuelo. Me besó las manos y cuando abrí mis brazos, se metió entre ellos con la cabeza gacha, como un manso cordero blanco. Yo la abracé, le besé la nívea testuz y ella me lamió las orejas. Nos quedamos así unos instantes, en los que yo la tranquilicé masajeándola. Entonces me incorporé y le dije: ven, entremos en casa, tenemos que hablar.
Mi sillón favorito es uno de esos que llaman de orejas. El de Lola es el sofá. Y allí, de un elástico saltó se subió, se acostó y apoyo su cabeza en el apoyabrazos. Sus ojos puestos en mí. Sus orejas en atención. En estos momentos siempre me estremezco y comprendo a los profesores que deben expresarse con claridad, haciéndose entender por esos mundos tan distintos y distantes que son los niños. Realmente les admiro.
Veras Lola. La libertad… no existe. Bueno, si, un poco. Pero la libertad absoluta no existe, porque no puede existir Lola. Los seres humanos y su mundo, son como las células de un cuerpo, Cada una está ligada a las otras y así, millones de ellas forman los tejidos y los órganos. No estamos solos, por eso no podemos ser absolutamente libres. Tú has visto un panal, imagínate cada celdilla, ese hexágono limitado por su seis caras con otros hexágonos y así todos y cada uno de ellos. Lo que le ocurra a uno incide en los demás. Así que Lola, la libertad de cada uno de nosotros está limitada por la libertad de los demás. Y saber encajar eso en nuestro mundo es una tarea difícil, aunque hermosa. Tal vez la más difícil y hermosa, porque estamos hablando del más grande don del que podemos gozar: la libertad.

Date cuenta Lola que los millares de guerras de este mundo que han supuesto la muerte de centenares de millones de personas, todas han sido por la libertad. Pongámosle el sobre nombre que queramos. Guerras de religión, guerras políticas, de fronteras, de odios, de razas contra razas, de supremacías de unos pueblos contra otros, de tribus contra tribus, de hombres contra hombres de odios y venganzas… Es igual.  Al final, Lola, no han sido más que guerras de libertad. Alguien quiere quitarnos la libertad y esclavizarnos a su manera. Que pensemos a su manera, que deseemos a su manera que sometamos nuestra voluntad a la suya. Hoy llámale capitalismo, socialismo, nacionalismos… La lucha por la libertad va a ser eterna, Lola.

Para ser libres, Lola, debemos aprender a respetar la libertad de los demás. Solo así podemos encajarnos unos con otros y tejer esa urdimbre elástica y colorista que es la compleja sociedad en la que vivimos.
A veces la lucha por la libertad es dolorosa, Lola. Mortal, ya te digo. Nosotros tenemos la suerte de vivir en un mundo donde la cuota de libertad es considerable. No todo el mundo vive así.

Pero esa angustia que produce la lucha diaria por el respeto a los demás, el control de uno mismo para no mortificar a nadie con nuestro despotismo, se compensa con otro de los grandes dones de los que podemos disfrutar: el amor.
Si no fuera por el amor, Lola, la vida sería una lucha sin cuartel a ver quien supera a quien, quien vence a quien, quien domina a quien. Pero el amor, Lola, suple esas ansias destructivas, nos hace amables, comprensivos, cariñosos. Nos hace perdonar, ayudar a los demás… Conseguir por vía del amor que la libertad no sea una lucha sangrienta, sino el reconocimiento de la singularidad de unos y otros.

Lola detuvo el movimiento de su cola. Sus hermosos ojos azules descansaban sobre los míos. Y me dio las gracias de la forma más maravillosa que la naturaleza le ha concedido hacer. Se levantó tranquila, sosegada en su espíritu, reconfortada por mis palabras y acudió a mí como el cordero blanco, entregada de amor. Se metió entre mis brazos, me lamió, yo la abracé y juntas gozamos ese instante de comunión.
El amor, Lola, todo lo puede. Démosle ocasión

Lola y la Religión

He tenido una extraña conversación con mi perra Lola. Ya sé que hay gente que no creerá que se pueda hablar con un perro, pero yo con mi Lolita sí. Sin hablar, claro, pero telepáticamente sí.
Todo sucedió la tarde en que miraba correos en mi ordenador. La casa estaba tranquila y un sosiego extraño reinaba en toda ella, como si de pronto hubiera entrado en otra dimensión, un universo sin ruidos.  Me impresionó la ausencia de sonidos. Es esa calma previa a la tormenta, o el sobrecogedor silencio de los animales que presienten un peligro. Ni perros que ladran, ni coches que pasan, ni motos, ni viento que mueva ramas… Nada.  Como cuando en la selva un peligro acecha y los pájaros dejan de cantar y los monos no aúllan, y hasta parece que las ramas de los árboles dejan de mecerse. Todo es una impresionante quietud. Tal fue la cosa que, sin apenas moverme, percibiendo el silencio y la extraña atmósfera de paz, alcé los ojos con cuidado por encima de la pantalla de mi ordenador, sin apenas mover la cabeza, y vi a Lola, recostada en el sofá, mirándome fijamente con sus ojos de azul glacial. Y sucedió. Así, sin más.
­―Hola ―me dijo―, hace tiempo que espero este momento. Quisiera hablarte de algo importante para mí. Un descubrimiento nuevo que he hecho sobre vosotros los humanos.
―¿Qué es? ¿A qué te refieres?
―La religión. ¿Qué es la religión?
―¿Eh? ¡Ahh…! Pues… no sé… Yo soy poco entendida en la materia, pero sí, ya hemos hablado de ello alguna vez.
―¿En qué consiste la religión? ―insistió.
―Bueno, consiste en la creencia en un dios. Un dios creador. Lo que sucede es que a lo largo de la humanidad ese dios ha cambiado de carácter. Unas veces se ha presentado como justiciero, y otras veces como un padre amoroso.
―¿Tú tienes religión?
Uffff… en aquel momento me removí incómoda en mi sillón, porque supe que Lola me iba a interrogar a fondo sobre un tema que yo tengo cerrado en mi vida desde hace tiempo, pero claro, no puedo rechazar sus necesidades de saber. Así que me iba a obligar a que pusiera del revés mi alma, como se pone un calcetín, y eso siempre da pereza y miedo, porque nunca se sabe que puede salir que estuviera allí, descuidadamente escondido.
―Verás Lola, la religión, ha sido, es y será siempre algo muy importante en la vida de la humanidad. Sería impensable nuestra historia sin la religión, las religiones, las pasadas, las actuales y si acaso las futuras. Yo no soy, no puedo ser ajena a la religión. Nadie lo es. Se podrá seguir o no, ser creyente o no, pero nadie puede ser ajeno al fenómeno, dado que la religión forma parte de nuestra idiosincrasia, como lo es la magia, la poesía, la duda, el arte… El día que los humanos tuvimos imaginación y pudimos soñar, descubrimos el cielo y… el infierno. Ambas cosas las llevamos dentro.
―Es difícil entender.
―Sí lo es. Por eso los que creen, apelan a una situación incontestable, a una muralla protectora contra la que choca una y otra vez cualquier pregunta en busca de una verdad: la fe. La fe se tiene o no se tiene. Es difícil hablar de la religión, porque toca elementos escondidos en lo más recóndito del pensamiento, allí donde la libertad es total, para crear, inventar, soñar, o… creer en dios, o dioses. De lo que si podemos hablar es de los hombres que hablan por boca de dios, que interpretan a dios, que explican a dios. Las iglesias. Los intermediarios entre dios y los hombres. Ahí si hay peligro, Lola. La iglesia reinventa a dios, y siglo tras siglo le dan… aires nuevos, a veces de forma caprichosa y a menudo no muy consecuente ni conveniente para la libertad humana.
―¿Entonces… qué soluciona Dios? ¿Sirve pues para algo?
―Naturalmente. ¿Sirve para algo la poesía, la pintura, la literatura…? A muchos les da confianza, les quita la angustia de la vida, les resuelve el problema de la seguridad, se sienten protegidos… Es el primo zumosol, ya sabes, el todopoderoso en quien se puede confiar desde el nacimiento hasta la muerte y aún más allá.
―¿Y los que no?
―Bueno, los que no siempre podemos dejarnos querer. Si lo hay, quiero pensar que es bueno y que cuidará de todos nosotros. Y si no lo hay… me basta con saber que he hecho el menor daño posible y fundirme al fin con la arena del tiempo. Que al final solo haya paz. Para mi es suficiente.
―¿Y los perritos? ¿Hay un dios de los perritos? ¿Quién cuidará de nosotros?
―Si hay dios, lo es para todos, Lola. Sería impensable que ese dios creador olvidara a alguna de sus criaturas.
Lola se me quedó mirando como diciendo… “y eso que escondes y no me dices…?
―Siempre estaremos juntas, Lola. No lo dudes. Donde sea, pero juntas.
Me sonrió, como hacen los perros, moviendo la cola. Cerró los ojos como para poner fin a la emisión, y de pronto corrió la brisa, se movieron los árboles, y una moto se dejó oír a lo lejos, y se escucharon ladridos de los perritos cercanos… y me encontré con los ojos en la pantalla de mi ordenador.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Lola y el concepto de pecado


Lola y el concepto de pecado
A veces Lola me desconcierta con sus preguntas. Últimamente, quizá por aquello de la visita del Papa, a Lola le bullen en la cabeza palabras como Religión, Dios, Pecado, Cielo, Infierno… No me son palabras ajenas, claro está, pero son palabras que no suelo utilizar ni pensar en ellas más de lo debido. Ya he dicho en alguna ocasión que yo, simplemente, confío. Ya he tenido con ella alguna conversación al respecto, pero su insistencia me hace saber que está muy interesada por esos temas. Si acaso hasta preocupada. En el fondo quiere saber si ella y yo estaremos juntas, si nuestras vidas se unen más allá o… solamente acá, si alguna vez nos separaremos, y si la vida, sea como fuere, seguirá como hasta ahora, toda feliz. Parece como si le angustiara el devenir.

En esta ocasión me deja perpleja porque me pregunta sobre el pecado. ¿Qué es pecado?

Madre mía. Desde luego no es algo de comer, Lolita. Verás, ejem. Pecado es… bueno, pues… hacer cosas malas contra los demás. Lo que está mal hecho. Lo que perjudica a uno mismo o a los otros. Así se podría definir eso del pecado según una explicación cristiana. Porque verás, Lola, no todo el mundo tiene el concepto del pecado. Los no creyentes no pueden tenerlo. Para un ateo, o simplemente un no creyente, los pecados no existen. Pero sí las malas acciones. Que pueden ser de muchas clases. El concepto de pecado, de una acción mala ante los ojos de Dios es cristiano.

Para los griegos, que tú conoces bien por aquello de Licurgo, el concepto de pecado no existía, por ejemplo. Pero sí se reconocían malas acciones o conductas en las personas. Era otro concepto diferente. Por ejemplo, el afán desmedido en la vida era una grave falta. Según ellos los seres que sobresalen demasiado, que se jactan de su condición, despiertan la ira de los dioses que les lanzan sus dardos desde el cielo, como rayos, porque les molesta todo lo que sobresale, como las grandes montañas, los grandes árboles, los grandes edificios… La moderación, la sobriedad, la medida de las cosas era para ellos la mejor forma de vida. La virtud. Eso hace que el hombre sepa siempre cual es su lugar en el universo. Y le recuerda que los humanos son mortales ante los dioses inmortales.

Lola atiende con esa mirada inquisitiva, que parece atravesar mi cerebro, que me parece estar leyendo más que escuchando. No sé si yo le explico bien, o si ella me entiende con suficiente claridad.

Ya Cervantes, en su Gitanilla, le digo, pone en manos de la abuela esas palabras que le dice a su nieta cuando se ponía filosófica y que ya me has oído alguna que otra vez: “No te asotiles tanto que te despuntarás.” Bueno, no te eleves tanto que te saldrás de madre, podríamos decir hoy. En una palabra, que no hay que pasarse.

A mí, si dejamos a dios y los dioses fuera, me parece bien lo que decían los griegos. La moderación en las cosas es una buena virtud, aunque hoy en día precisamente todo y todos nos animan a pasarnos continuamente. ¿ No serán las TV, las marcas de productos, las compras y ventas, el anhelo constante de poseer más y más cosas el mismo infierno? Desde luego tentadores como los demonios de la tradición cristiana lo son. Lo digo porque todos ellos nos invitan continuamente a pasarnos en todo. Eso da que pensar, Lolita. Los griegos no lo aprobarían. Y los griegos eran sabios.

De pronto, Lola, como cerrando la conversación me pregunta de nuevo: ¿yo tengo pecados?

Después de pensar en ello un momento, la miro fijamente y le digo: tú eres un ser puro, no tienes ambición, no deseas mal a nadie, siempre estas contenta, no quieres tener más cosas, no te marean la cabeza con que compres coches nuevos, casas nuevas, nuevas hipotecas, viajes nuevos… y miles de cosas más. Ni para los cristianos ni para los griegos eres un ser malo. Tú solo deseas querer… y que te quieran. ¿Se puede pedir más?

Lola y el ruido


Lola y el ruido


Ya me pregunto yo qué hago escribiendo sobre Lola y el ruido, pero es que a Lola le choca que los humanos necesitemos hacer ruido cuando nos encontramos felices y cuando no. En general Lola acepta bien el ruido. Si oye un cohete no se suele asustar, yo creo que porque está tan intensamente metida en su juego interno que no lo oye. Pero sí que hay muchos perros a los que los ruidos les aterran. A Nora, la sharpei de un amigo, los ruidos de truenos le causan tanto terror que se mete debajo de la cama toda temblorosa y no sale hasta que se le olvida. Y si va por la calle arrastra a su amo hasta casa y se olvida de pipis y cacas. Es curioso. También yo, ahora que ella me lo pregunta, pienso por qué nos gusta tanto hacer ruido, por qué esa necesidad de hacernos notar, siendo como sabemos que es una de las formas de contaminación más extendidas en nuestro mundo. El ruido nos atonta, nos distrae, nos saca de quicio, nos tiene en un ay incómodo y desasosegante.

En general los animales son silenciosos, a lo sumo hacen los ruidos típicos para hacerse notar ante otros, para ligar, para avisar de un peligro… Aunque sabemos de perros que continuamente ladran y molestan a los vecinos. Pero lo hacen con una intención. Son perros a los que les pasa algo, viven una situación especial que consideran de peligro para ellos o sus amos o no están debidamente socializados. Los perros suelen mostrarse silenciosos cuando cazan solos, no cuando van en jauría, que tienen que ladrar para levantar las presas. Pero salvo ruidos puntuales, ladridos con clara intención y poco más, los animales suelen ser silenciosos.

A Lola estas explicaciones no la convencen mucho y no entiende esa necesidad que tenemos de celebrar con ruido las fiestas siendo como es algo hiriente física y emocionalmente. Excesiva, sería la palabra. Un ruido al año no hace daño, pero mil ruidos a cada instante os sacan de los nervios, me dice.

En casa Lola se mantiene en silencio salvo cuando oye ladrar a algún perro. Entonces sí, se levanta a mirar y contesta con unos cuantos ladridos. Debe ser su sistema de telefonía móvil. A Lola le cuento que los más silenciosos son los elefantes, que con ruidos de bajísima frecuencia se mantienen unidos en la manada y se buscan unos a otros. Los elefantes solo barritan estruendosamente cuando quieren amedrentar al contrario o desean manifestar su poderío físico, es decir cuando es útil, y por el tiempo justo. No se pasan todo el día dando la murga a los demás. En cambio nosotros sí. Nos encanta una moto que haga ruido, tirar cohetes por cualquier cosa, tracas, castillos, gritos, silbidos, palmas… Berridos.

Yo creo Lola, que estamos tan histéricos, que deseamos, que necesitamos una válvula de escape, un gesto que nos sirva de desahogo, un exceso por donde sacar tanta mala leche, tanta frustración, tanta necesidad, tanta… De todo. De ahí los ruidos.

Los gorilas hacen ruido, mueven ramas, gritan, se golpean y hacen mil ruiditos horribles para asustar al contrario. Mira que fuerte soy y que poder tengo. Nosotros estamos desquiciados, Lola.

Lola, Lolita, que sabia y medicinal eres. Cuando la miro en las tardes, ya recogidas ambas, me transmite esa paz maravillosa, esa imagen de amable y cariñosa quietud que me sosiega, me relaja, me devuelve el equilibrio perdido durante el día en mil afanes, miles de palabras y esfuerzos y saca de mi cabeza los ruidos de la calle, del trabajo, del exceso de vivir la vida a base de lucha diaria. El corazón se acompasa a ritmo de lento y majestuoso vals.

Lola, música, lectura y cena. El alma se serena al fin.

viernes, 22 de julio de 2011

Los Perros y el Arte



Desde las pinturas rupestres hasta ahora, el perro ocupa toda clase de pinturas, escritos y manifestaciones artísticas confirmando una vez más la maravillosa simbiosis que ha existido entre humanos y cánidos.
Además de los bueyes, búfalos, caballos, renos, ciervos, etc., los perros ocupan siempre un puesto de honor entre los cazadores, no entre los cazados. Semejante acuerdo entre un animal y el hombre no ha existido mejor en la historia de la humanidad.
Dicen los estudiosos de estas cosas que los hombres primitivos pintaban porque querían expresar de forma mágica (entonces todo era mágico) la presa que querían cazar. Era como si al pintarla en las paredes o techos de la cueva, la presa viniera sola a entregarse. Yo la verdad, soy más prosaica y tengo mis dudas. Creo que había gente que necesitaba pintar y pintaban. Igual que hoy hay gente que necesita escribir, componer música, cantar, pintar… El arte es una necesidad del alma. La razón (cerebro) tienes sus razones y sus momentos, pero el alma (o psique) tiene también sus necesidades. Al Cesar lo que es del Cesar. Es decir, al alma lo que le pertenece y lo que le pertenece es el arte.
Pues nuestros queridos perros, sus antecesores, ya aparecen en escenas de caza hace 10.000 años. A cambio de esa ayuda, el hombre le ofrecía comida, protección y refugio, lo que me hace pensar que los perros… tal vez no vengan solo de los lobos. Porque los lobos necesitan poca ayuda del hombre, viven en manadas… y saben cuidarse muy bien. Es por tanto una afirmación con la que tampoco estoy muy de acuerdo. Pudo haber algún tipo de animal, parecido al lobo, pero diferente, del cual vienen nuestros perros. Porque los perros y los lobos tienen idiosincrasias muy distintas. De la misma forma que los humanos venimos de algún tipo de homínidos, pero no precisamente de los que existen ahora.
Reyes y gente importante de todos los tiempos se han retratado juntos a sus perros favoritos. La mayoría de los pintores los han convertido en personajes de sus cuadros. Por decir uno de los nuestros, ahí están Las Meninas, de Velázquez, y ese perrazo mastín situado en primer plano a la derecha, junto a María Gárgola y Nicolasín.
Me gustaría mucho saber pintar y hacerle un retrato a mi Lola. Los humanos que quieren inmortalizarse, reflejar en una imagen propia su alma y su carácter lo hacen con la pintura, en un cuadro. Por algo será. La pintura capta el alma de la gente mejor que la fotografía. El pintor, que es un psicólogo, sabe quitar y poner, reducir o destacar, iluminar o ensombrecer, destacar o difuminar, para dejar en esencia en el lienzo lo que somos de verdad.
Mucho me gustaría representar toda la belleza que veo en Lola. Su amor, su fidelidad, sus ganas de jugar, su mente ágil y despierta, sus momentos de relax mirando al jardín, o cuando duerme plácidamente entre cojines, acostada en el mejor sofá de la casa, con esa cara de sueño sin preocupaciones…
Lola, Lola, vaya vida de perro que llevas…
PD. Esta es una foto “acuarelada” con ordenador.